Les explosions a la central atòmica de Fukushima, de cop, han recordat al món sencer que l’energia nuclear és això: una autèntica bomba de rellotgeria. I que mai passa res: fins que passa.
A mi, avui, m’ha vengut al cap un conte del mestre Asimov que vaig llegir ja fa molts anys, molt breu, però molt aclaridor. No l’he trobat en català, però pel que és el cas, fa el fet.
Naron, de la longeva raza rigeliana, era el cuarto de su estirpe que llevaba los anales galácticos. Tenía en su poder el gran libro que contenía la lista de las numerosas razas de todas las galaxias que habían adquirido el don de la inteligencia, y el libro, mucho menor, en el que figuraban las que habían llegado a la madurez y poseían méritos para formar parte de la Federación Galáctica. En el primer libro habían tachado algunos nombres anotados con anterioridad: los de las razas que, por el motivo que fuere, habían fracasado. La mala fortuna, las deficiencias bioquímicas o biofísicas, la falta de adaptación social se cobraban su tributo. Sin embargo, en el libro pequeño nunca se había tenido que tachar ninguno de los nombres anotados.